Los Juegos Evita están por transformarse en un significante vacío. Pasarían de ser la primera experiencia masiva de deporte social en América a los torneos del sálvese quien pueda. El gobierno los desfinanciará y queda por verse si les modificará el nombre. De consumarse, sería la sublimación del espíritu depredador del gobierno de Javier Milei contra una vieja manifestación pública de políticas de Estado. El autor directo de esta medida es el ex piloto de competencias en lancha y actual secretario del área, Daniel Scioli. Un funcionario multipropósito que no tiene problemas de identidad partidaria. Siempre queda de pie haciendo reverencias a cualquier fuerza que llega a la Casa Rosada.
Eduardo Archetti, referente insoslayable de los estudios sociales sobre el deporte, sostenía sobre aquel período entre 1945 y 1955 cuando floreció una nueva cultura que incluía, con los Evita como emblema: “Esos diez años fueron ejemplares y no hubo, posteriormente, otros intentos sistemáticos de vincular al deporte con la Nación a través de políticas estatales claras y articuladas”.
Esa relación simbiótica entre las dos primeras presidencias de Perón y la educación física, la recreación y el deporte dejó marcas en el cuerpo social. La autodenominada Revolución Libertadora, redefinida por Rodolfo Walsh como “Fusiladora”, atacó al deporte como empieza a hacerlo ahora el gobierno de Milei. En los días que siguieron al cruento golpe de Estado del ’55, se prohibieron los Juegos Evita, se persiguió a los atletas identificados con el peronismo y hasta se creó una comisión investigadora -que llevaba el número 49– para dañar sus reputaciones. Basta con un ejemplo: los campeones mundiales de básquetbol de 1950 fueron sancionados de por vida en 1957 por violar el Código del Aficionado bajo la acusación de haber recibido dádivas y pasó a considerárselos profesionales. Omar Monza, uno de aquellos jugadores, dijo una vez: “Nuestro gran pecado fue ganar el Mundial”.
Los Juegos que ahora decidió desmantelar el gobierno ultraderechista con la quita del 70 por ciento de su presupuesto, tienen una historia que ha quedado reflejada para siempre en el imaginario social como símbolo de un deporte para todos y todas. Un derecho humano, como lo sostiene la Carta del Comité Olímpico Internacional (COI).
El 19 de junio de 1948 se creó la Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón que dos años después abreviaría su nombre: Fundación Eva Perón. Una institución privada establecida por el decreto 20.564, que promovió una formidable maquinaria de asistencia social. Su objetivo, según el Boletín Oficial del 17 de julio de 1948 era “satisfacer las necesidades esenciales para una vida digna de las clases sociales menos favorecidas”.
En ese contexto, el origen de los Juegos se atribuye a la idea que le acercaron a Evita dos periodistas deportivos: Eduardo Lalo Pellicciari y Emilio Rubio. La propuesta que le hicieron consistía en organizar un torneo de fútbol infantil, pero en escenarios hasta ese momento inaccesibles para los niños de familias pobres y sobre todo del interior del país: varios estadios de los clubes de Primera División. La primera final de los Evita se jugó en el de San Lorenzo de Almagro el 30 de enero de 1949.
En 1950, con letra y música de Rodolfo Sciammarella y Carlos Petit, y en la voz de Luis Aguilé, fue grabada la canción de los Juegos. Sus estrofas expresan el significado de un evento deportivo que perdura en la memoria colectiva: “A Evita le debemos nuestro club/Por eso le guardamos gratitud/Cumplimos los ideales, cumplimos la misión/de la Nueva Argentina, de Evita y de Perón…”
En el libro Peronismo y Deporte II, del periodista y escritor Osvaldo Jara, señala: “Para estos campeonatos se instauró la realización obligatoria de exámenes médicos para asegurar la salud de los participantes que recibían una libreta sanitaria en donde se certificaba su aptitud física”.
Cuando se inauguraron, los Evita se realizaron solo en la Capital Federal y su periferia, pero se trasladaron en los años siguientes a las provincias del interior. Al fútbol que había sido el único deporte en la primera edición, se sumaron el atletismo, básquetbol, natación, esgrima y ajedrez, entre otros. Hoy, desde esa Argentina profunda que a menudo no mira la ciudad de Buenos Aires, se alzan voces contra el vaciamiento de los Juegos.
El ministro de Desarrollo, Igualdad e Integración Social de La Rioja, Alfredo Menem, criticó la medida en X: “El Gobierno de La Rioja no apoya esta decisión del Gobierno Nacional ni será parte de la competencia devaluada que perjudica a los más de 30 mil competidores de La Rioja entre jóvenes, adultos, adultas mayores y personas con discapacidad en el deporte adaptado”. Su voz opositora se alza desde la provincia en la que acompaña al gobernador Ricardo Quintela. Lejos está de otros funcionarios libertarios que portan el mismo apellido.
El 23 de mayo pasado había ido más allá de lo que pasa con los Evita: “Las consecuencias de la ausencia del Estado es esto, pérdida de trabajo que tanto costó recuperar. Empiezan a llegar mensajes de desesperación de riojanos y riojanas que pierden su trabajo y no tienen como vivir. En 5 meses Milei rompió todo”.
Las políticas del gobierno actual están en sintonía fina con la proscripción del peronismo, la destrucción de sus símbolos y el ensañamiento con Evita que llevaron adelante Aramburu y Rojas desde 1955. Aquellos Juegos nacidos en el ’48 se interrumpieron durante 18 años. Recién volvieron a organizarse en 1973 cuando el Justicialismo retornó al poder con Héctor Cámpora como presidente. Diego Maradona con 13 años y su equipo de Cebollitas llegaron ese año a la final de fútbol.
Discontinuados nuevamente por la dictadura genocida de Jorge Rafael Videla tardaron en volver, incluso durante la democracia recuperada de 1983. Recién se organizaron nuevamente en 1991. Los Evita cumplieron su 75 aniversario en 2023, pero hoy asisten a un nuevo intento de disolución de su perfil y al desmantelamiento de su estructura nacional por vía de la asfixia económica.
Los juegos quedaron muy lejos del propósito de su primera edición en 1948, que reunió a unos 15.255 chicos de entre 11 y 14 años con el auspicio de la Secretaría de Salud a cargo del médico Ramón Carrillo, Ministro del área tiempo después y el sanitarista más recordado de la historia argentina.