Se cumple un mes de la enigmática desaparición de Loan Danilo Peña y no hay ni rastros del niño de 5 años, de 9 de Julio que era alumno del Jardín de Infantes “Caperucita Rojas” de la Escuela Primaria 137 “Pedro Benjamín Serrano”.
Hay siete detenidos, entre ellos su madrina, tía de sangre hermana de su papá y también derivó en la destitución del ministro de Seguridad Buenaventura Duarte.
La impensada historia inició cerca de las 10 de la mañana en el tranquilo barrio Chaquito, casi en las afueras del caso urbano.
Era un día cálido con un fuerte viento norte, en el que las conversaciones giraban en torno a cuando iba a llover ya que la seca otra vez comenzó a hacerse sentir. Era un día más para la familia.
José Peña le dijo a su mujer María Noguera que estaba por ensillar su caballo. Quería ir a almorzar con su mamá, al campo.
Frente a la humilde casa queda una canchita de fútbol y unos pasos más allá las abandonadas vías del exferrocarril Urquiza que son espacios ganados por los niños de la barriada, para sus juegos.
Loan estaba despierto desde temprano y seguía a su papá de un lado a otro, cuando el hombre tomaba cada apero y lo depositaba sobre el lomo de su rosillo alazán. Le hacía preguntas de niño curioso. Iba y venía. José estaba acostumbrado a eso. El niño le seguía siempre, a la huerta, al patio o a buscar al caballo.
Cuando vio que estaba casi listo, le pidió a su papá que lo lleve, aunque miró a su mamá porque sabía que era ella quien le tenía que dar el permiso.
María contó -días después- que desde hacía días Loan le decía que quería ir al campo de su abuela para ver vacas, caballos y otros animales que seguro encontraría en lo de Catalina Peña que transita sus 86 años en soledad en Paraje Algarrobal, a unos 7 kilómetros de allí.
Además, ese jueves no tenía clases porque en la escuela se hacía una jornada deportiva y solo iría su hermana Antonella.
La mamá le puso su remera negra de fútbol del Inter de Miami, una gorrita y le dio la bendición para visitar a su abuela donde el niño había ido solo una vez.
José montó en su caballo, lo puso al menor de sus 8 hijos adelante y los dos salieron al trotecito por calle Corrientes hasta la avenida San Martín -ese nombre recibe la Ruta Nacional 123 en su tramo que atraviesa por la localidad-. A su paso saludaban a cada vecino por su nombre ya que se conocen entre todos.
Avanzaron así en dirección Este, salieron del área urbana, pasaron por la laguna “La Paloma”, luego la curva del eucaliptal de Santiago rumbo a la entrada del paraje que aún es llamado por los pobladores por su antigua nominación: “ka’aguy po’i” -monte fino- en guaraní.
Ahora se llama Algarrobal. Años atrás tuvo una población mayor y hasta una escuela que debió cerrar por falta de alumnos. Solo permanecen en la actualidad cuatro familias, entre ellas, Catalina y Chamorro que fue uno de los últimos en afincarse.
José, nacido y criado allí fue escuchando en su montado, durante todo el camino las entusiastas palabras de su hijo que le contaba historias entre reales y fantasiosas y le preguntaba con asombro por cada animal que iban viendo.
De ese modo abandonaron la banquina de la ruta y se metieron por el camino vecinal que tiene solo dos huellas de arena marcadas para las ruedas de un solo vehículo y una montañita de pasto al medio.
El hombre no tiene celular e iba disfrutando el momento.
Al llegar se encontró con su hermana Laudelina “Chicha” Peña, su cuñado Bernardino Antonio “Capi” Benítez, su sobrina Macarena (hija de Laudelina) y luego llegó la esposa de su sobrino Diego “Huevo” Peña, Camila Nuñez.
Estaba obviamente, su mamá quien le contó que había matado dos gallinas para hacer un estofado con fideo para el almuerzo. Catalina le dijo también que era en agardecimiento a San Antonio por un milagro que le concedió el santo días antes cuando pidió por el hallazgo de su celular que perdió en el remis que contrató para ir hasta 9 de Julio.
Luego llegaron en un Volkswagen Voyage gris Daniel “Fierrito” Ramírez junto a su esposa Mónica Millapi, sus hijos y sobrinos, hijos de la hermana de la mujer, Gabriela Millapi.
Rato más tarde aparecieron en una Ford Ranger -blanca- el exmarino Carlos Guido Pérez y su esposa la por entonces funcionaria de la Municipalidad de 9 de julio María Victoria Caillava.
En total eran 10 adultos y tres vehículos: automóvil, camioneta y la motocicleta de Benítez.
El almuerzo transcurrió con charlas vanales. Catalina sentada en la cabecera observaba todo, mientras su hija Laudelina, que había preparado la comida, servía a los comesales.
Los niños se sentaron en una mesita separada, pero Loan por la extrañeza de ver gente que no conocía se ubicó al lado de su papá que se encargó de cortarle la carne y estar atento a sus pedidos. La abuela también lo consentía con la mirada.
En la sobremesa, de a poco fueron levantándose y Loan fue a jugar. Capi Benítez salió de la casa para ir hasta un árbol de naranjas en el monte. Luego lo siguieron Fierrito y Millapi con los seis chios. Laudelina y Camila los acompañaron un tramo, hasta una tranquera -donde se dieron la vuelta- mientras la última mujer iba sacando fotos con el celular.
Allí empezó el enigma donde los testimonios se bifurcaron. Que uno se ubicó en tal lugar, que otro recibió un llamado, que los niños decidieron jugar “una carrerita” para volver a lo de Catalina, que Loan se metió por un caminito. El tío le peló una naranja y el chico tomó una segunda fruta que dijo que le llevaría a su papá.
En las reconstrucciones ordenadas por la Justicia sobre ese día, quedaron detalles, vacíos de tiempo y sobrevoló el misterio…
Benítez le llamó a su mujer Laudelina a las 14.09 y le preguntó si Loan había llegado. La mujer, en ese momento le bajaba mandarinas criollas para Caillava que tenía apuros de ir a 9 de Julio para ver el partido de River. Fue lo último. El niño desapareció sin dejar rastros, ni un grito, ni llanto. Solo quedó una de sus zapatillas. Nada más.