Productores frutihortícolas tiran o regalan mercaderías porque no cubren los costos

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Productores del NEA advirtieron que, si el gobierno nacional no prorroga el Decreto 514/2021 -que caducó el 30 de septiembre y permitía compatibili­zar empleo rural tem­porario con planes so­ciales-, “muchas eco­nomías regionales van a estar complicadas”. La norma, vigente cuatro años y prorro­gada en 2023, permitió registrar mano de obra estacional sin que los trabajadores perdieran subsidios. “Benefició a más de 120.000 fami­lias y amplió cobertura previsional en tareas migrantes”, recordó el titular de Uatre y Re­natre, José Voytenco.
La escena se repite y se vuelve costumbre: camiones que salen igual, aun sin pre­cio. Cajas que se cargan “para que no se funda la fruta”. Productores que admiten que regalan o dejan perder la mercadería porque vender por debajo del costo ya no es negocio, pero tampoco cose­char para tirarla. Es el sínto­ma visible de una crisis que, en Corrientes, ya perforó la línea de flotación.
En Santa Lucía, el pro­ductor hortícola Miguel To­masella dijo sin rodeos en diálogo con Radionord: “Se­guimos complicados. Para la próxima campaña veremos qué pasa, pero por ahora ni siquiera nos dan precio”. Contó que el último embar­que de tomates salió literal­mente “a ciegas”: entregaron sin saber cuánto les pagarán. “Sacamos para que no se pu­dra, calculo que quedará en­tre $ 1.000 y $ 2.000 el cajón, pero no hay nada claro”.
Ese número -entre $ 1.000 y $ 2.000 por cajón- no guar­da proporción con los costos reales de producción. No cubre insumos, ni mano de obra, ni combustible, ni lo­gística. Es apenas un intento desesperado de no perder todo. Y sin embargo, la pér­dida igual ocurre: el margen desapareció. Lo peor es que en las verdulerías los precios se disparan y el consumidor paga entre $ 2.000 y $ 4.000 el kilo de tomates.
La crisis no es aislada ni local. En el cinturón papa del Sudeste bonaerense, con más escala y capital, el final es el mismo: productores que dejan pudrir la papa en el campo. La bolsa de 18 kilos cayó de $ 3.000 a $ 1.500. Es decir, hoy el precio de venta cubre apenas el 20% de la inversión. Y entonces, dejan de levantar: no paga. Hay lo­tes completos abandonados.
La federación del sector calculó que un productor medio de 100 hectáreas perdió este año 640.000 dó­lares. Aun así, muchos eli­gieron no cosechar. Detrás de ese dato hay un espejo: si con escala y músculo finan­ciero el negocio no cierra, en Corrientes -de estructu­ra dominada por pequeños y medianos- la ecuación es inviable.
Lo que duele -dicen pro­ductores correntinos- no es sólo la plata que se va. Es la contradicción moral: ver alimento que se pudre mientras hay familias que no comen. En Santa Lucía la ex­presión es similar a la del Su­deste bonaerense: “Es tristí­simo”. Pero junto a la tristeza hay otra palabra que aparece cada vez más: miedo.
Miedo a la próxima cam­paña porque no hay hori­zonte de precios. Miedo a endeudarse para no vender. Miedo a achicar superficie porque después no se vuel­ve. Miedo a quebrar y des­aparecer. “Muchos no van a poder volver”, admiten los referentes del sector.
Sobreoferta en algunos rubros, caída de la demanda interna, costos dolarizados, tasas altas y ausencia de he­rramientas de estabilización componen el mismo cóctel en todos los cinturones pro­ductivos del país. La dife­rencia es que en Corrientes el impacto es doble: la hor­ticultura no sólo produce ingresos, sostiene pueblos enteros.
Mientras se pide previsibi­lidad, el mercado opera a la intemperie: cuando sobra, el precio se derrumba; cuando falte, subirá. Es el ciclo re­petido del péndulo. Por eso los técnicos advierten que, si cae la siembra por retira­da forzada, el año próximo habrá menos oferta y los precios saltarán -pero ya con menos productores vivos para aprovecharlo.
En Santa Lucía -como en el Sudeste bonaerense- el mensaje de fondo es el mis­mo: sin precio no hay siem­bra; sin siembra no hay fu­turo. Y en el medio, hoy, una postal que debería escanda­lizar: alimento tirado para evitar perder más plata.
La Nación derogó ocho viejas resoluciones del Senasa
En el marco del proceso de “desregulación” y “simplificación normativa” que impulsa el go­bierno nacional, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca (Sagyp) dejó sin efecto este miér­coles ocho resoluciones vincu­ladas con la producción agrícola que datan de entre 1991 y 2006 y que eran ejecutadas por el Se­nasa.
La medida se formalizó a través de la Resolución 209/2025, publi­cada en el Boletín Oficial, y alcan­za a normativas referidas a cer­tificación de calidad de granos, cuarentenas post-entrada, regis­tros de insumos fitosanitarios, aranceles del ex Iascav y progra­mas frutícolas ya desactivados.
Según explicó la cartera agro­pecuaria, el objetivo de la deroga­ción es “ordenar el marco regula­torio vigente” en materia sanita­ria y fitosanitaria, adecuándolo a estándares técnicos actuales y eliminando disposiciones “obso­letas o de nula aplicación”. Tam­bién se busca -señaló el comuni­cado oficial- facilitar operaciones del sector productivo evitando la coexistencia de reglas antiguas con vigentes. En el listado figu­ran disposiciones sobre la certi­ficación de calidad de granos ex­portados mediante el Certificado Argentino de Calidad; el esquema de aranceles del Iascav previo a la creación del Senasa; la norma­tiva del Registro de Terapéutica Vegetal; el instructivo operativo de cuarentena post-entrada; y re­gulaciones para viveros de olivo. También se derogan normas de programas que ya no se ejecutan: entre ellas, las que establecieron el Sistema de Mitigación de Ries­go para peras y manzanas con destino a Brasil (Res. 1269/99 y 497/2000) y el Programa Nacio­nal de Supresión de Carpocapsa.
Si bien las disposiciones esta­ban sin vigencia práctica, el Mi­nisterio justificó su eliminación formal para “evitar superposi­ciones regulatorias” que generen interpretaciones contradictorias o cargas administrativas innece­sarias para productores, exporta­dores y organismos.