Se mueve el estadio Hard Rock en Miami, no por la música ni el show previo al estilo estadounidense en este primer Mundial de Clubes. Late por Boca. Al ritmo de Boca. De este Boca de Miguel Ángel Russo que lució totalmente renovado, por encima de un rival que compite en Europa y al que estuvo a poco de ganarle. Como la Bombonera pero en la otra punta del continente. Una pena lo que se le escapó, una pena el empate 2-2 sobre la hora por una distracción.
Fue un equipo varios escalones por encima de lo habitual. En actitud, en vehemencia y velocidad. En circulación de la pelota y fluidez de juego. Un equipo muy a la altura de la competencia y del rival. Que permite ilusionarse con lo que puede venir, más allá del resultado final en este debut en el torneo.
Buen debut de Boca en el Mundial de Clubes (REUTERS).
“Lo simple es efectivo”, dijo Russo, plantando las bases para el despegue con una estructura defensiva muy bien sincronizada. A la vez, avisó que el primer partido era el más importante y en la cancha obtuvo la respuesta esperada de sus jugadores. Mucho más de lo que se podía imaginar.
Luego de unos primeros minutos en los que esperó y se salvó dos veces, a los 5′ cuando Renato Sanches remató desviado frente al arco y a los 17′ Bruma le dio al palo, Lautaro Blanco fue el que marcó el camino, con la fragilidad que se veía en la derecha de la defensa de Benfica.
Y después de varios amagos por ese sector, el lateral izquierdo recibió tras una peinada de Carlos Palacios, pasó con un caño a Florentino Luis y metió un centro bajo para que Miguel Merentiel definiera como lo hace Miguel Merentiel, ganándole a los centrales y abriendo el pie.
El festejo de Merentiel (REUTERS).
Pero no fueron solo Blanco y Merentiel los que tiraron del carro. Estuvieron bien respaldados por Nicolás Figal y Ayrton Costa, que llegó, salió a la cancha y fue una muralla. El mediocampo, bien parado, ordenado y preciso (perdió a Ander Herrera por lesión y entró Belmonte). Palacios, con una aceleración y continuidad en el juego que había mostrado nada más en sus primeros partidos.
El gol, incluso, le dio mayor soltura al Xeneize. A tal punto de florearse por momentos. Lejos del equipo pesado que terminó hundiendo al ciclo de Fernando Gago.
Tanto que seis minutos después, Kevin Zenón tiró un córner desde la izquierda, Costa cabeceó en el segundo palo y Battaglia la empujó de cabeza en el primero para el 2-0. Y las tribunas latieron a full, en una fiesta total en Miami. Euforia. Locura. Y aplausos en reconocimiento a lo que se veía en el campo.
A Boca sólo le complicaba la pelota parada, le costaba sacarla del área. Un pecado de arrastre. A tal punto que un tibio rival encontró un penal cuando Palacios quiso despejar la pelota y le dio a Nicolás Otamendi. Y Ángel Di María convirtió el descuento sobre el final del primer tiempo.
El penal de Di María (Reuters).
No pasaba mucho en el segundo cuando Merentiel cayó tendido tras un golpe abajo y Russo, que ya había puesto a Milton Giménez por Velasco, tuvo que hacer más cambios: Williams Alarcón y Exequiel Zeballos en lugar de Palacios y la Bestia.
El peligro estaba en el resultado apretado y en confiarse frente a un rival que hacía poco, más un árbitro muy light con las tarjetas para el otro lado. Hasta que a los 27 lo llamaron del VAR para explicarle que un planchazo en la nuca de Costa era para roja a Belotti. Y así fue.
El peligro estaba latente, se dijo. Y tras un distracción de uno de los mejores jugadores xeneizes como lo fue Costa, llegó el empate de Otamendi con un cabezazo, que deja a Boca sin un triunfo por el que había hecho méritos y con una sensación agridulce. Primero, por el partido que hizo, porque mostró otra cara, porque se la bancó ante un poderoso rival europeo, porque jugó para ganar. Y después, claro, porque pasó de una victoria que le daba casi la clasificación a octavos (a Auckland City todos le van a ganar) a un empate que le sacó momentáneamente ese boleto, pero que lo deja en la pelea fuerte por conseguirlo. Al fin de cuentas, deberá quedarse con eso: ya le avisó al Bayern Munich, su próximo rival (el viernes en Miami), que no se achica contra nadie y que está para dar batalla.