No tiene sentido fingir o caretearla: casi todos se acercan a un nuevo disco de él con algo de temor. Charly García lo sabe mejor que nadie, no hay manera de competir con el Charly García alta gama que sacó un disco perfecto detrás de otro durante años. Entre la imposibilidad de mantener la vara allá arriba y sus problemas de salud, la noticia de un disco nuevo provoca una corriente combinada de entusiasmo y… bueno, la certeza de que no puede esperarse a aquel García en este Charly.
Hecha la salvedad, La lógica del escorpión viene a traer calma. Calma y disfrute, porque a fin de cuentas este Charly sigue teniendo ases en la baraja, y para su nuevo disco tomó decisiones radicales que juegan a favor. Entonces, nada de voces manipuladas, autotuneadas o enmascaradas para un pulido final: lo que escuchás es lo que hay. Y el García que suena en LLDE es frentero y auténtico, una voz desgastada por el tiempo y las fricciones, pero que lejos de “ensuciar” el resultado le pone una curiosa épica, sentido y coherencia con las canciones. Si desde 1972 viene estableciendo diferentes Garcías para cada momento, este de 2024 es igual de honesto. Y así diluye los temores.
Charly tiene permitido además ser autorreferente. Rescatar del pasado profundo “Rompela”, su particular visión de aquel lejano “Rompan todo” de Los Shakers, en modo “rockito de apertura ganchero para decir aquí estoy”. Versionar (en rigor, sin mucho más que agregar) el “Juan Represión” de Sui Generis, y rescatar de una época similar “Te recuerdo invierno” con salsa de Farfisa y pajaritos. O replicar sin culpa la melodía de “Chipi Chipi” en la energética “Estrellas al caer”, y volver al piano de “20 trajes verdes” como fondo del relato de la fábula de la rana y el escorpión. O, sobre todo, apelar al arsenal mágico de la tecnología de estudios para hacer de “La pelicana y el androide” mucho más que un ejercicio nostálgico en tributo a Luis Alberto Spinetta: aquel tema de Privé demeado en conjunto se convierte en un potente ensayo sónico, un hiperpropulsado viaje al espacio que convierte al track 3 del lado B -Charly ideó este disco pensando en analógico- en uno de los puntos más altos del album.
En ese sentido, La lógica del escorpión es otra demostración de cómo García, solista indiscutido del rock argentino, saca provecho de las asociaciones y colaboraciones. Son muchos los aliados de SNM en este disco -a la cabeza el gran Fernando Samalea, histórico compañero de aventuras musicales y de las otras-, pero algo sucede cuando se cruza con otro socio como Pedro Aznar. En una especie de Tango 5 encapsulado en un disco de Charly, “América” destaca entre el resto, desde su intro con acústica de metal a los oscuros estallidos que van sucediendo sobre frases como “Tengo miedo de América, lo que muestran no es la verdad”, “Tengo miedo de mi TV” o “Valle del futuro es un oscuro callejón”.
A esa altura, en el cierre del Lado A, Charly ya ha hecho lo suficiente para largar una nueva carcajada en la jeta de temerosos como uno. Porque “El club de los 27” es un blues, sí, pero un blues-García, de bordes deformados apenas ocultos por el clasicismo del órgano Hammond y otro solo para la colección de ese señor guitarrista llamado David Lebón. Porque “Yo ya sé”, con la eterna Hilda Lizarazu en coros, lo muestra con la misma soltura y facilidad aparente para construir una ganchera canción en toda la regla. Porque “La medicina Nº 9”, otra vez con Lebon, mete en la licuadora el “number nine” Beatle con los coros del “Rap de las hormigas”, poniéndole onda a un funky caliente que hace mover las patas.
Y cuando no se trata de material propio, Charly sabe qué hacer con lo que tiene ganas de versionar. Aunque quizás hubiera resultado más potente una batería de Sama en vez de la electrónica, “Rock and Roll Star” consigue conservar el aire Byrds mientras García y Fito Páez se divierten juntos, y Kiuge Hayashida y Fernando Kabusacki -quien aparece en buena parte del disco- tejen sus guitarras al uso. El “Watching the Wheels” de John Lennon había tenido una primera versión “no oficial” en Kill Gil, aquí gana más dramatismo con esa voz desgarrada, que parece ir anunciando la andanada final de “La lógica del escorpión” y el dueto con Páez.
La escucha de un nuevo disco de Charly García, entonces, empieza con unos interrogantes y termina con otros bien distintos. ¿De qué sirve demandar o esperar ilusoriamente un nuevo Parte de la religión, o Clics Modernos o Piano Bar? ¿Cómo es que García aún puede sorprender, ser otro Charly pero también convincente, encontrar la manera de extraer energía, ideas y concepto en un momento de tanta desventaja física? A fin de cuentas, ¿para qué preguntarse tanto? El nudo de la cuestión es que Charly tiene un disco nuevo. Y que, tratándose de quien es, alrededor siempre hay mucha hojarasca. Pero aquí y ahora, más de medio siglo después, el tipo sigue metiendo canciones en la gran fonola argentina. Y los temores son una pavada.